miércoles, 6 de abril de 2011

¿Cosas de niñas?

Seguramente a Charles Perrault, escritor  francés del Siglo XVI y autor de “La Cenicienta”, no le gustaría escuchar de mi boca que su cuento colaboró, colabora   y seguramente seguirá colaborando con el modelo imperante, haciéndole el juego al patriarcado, configurando sueños de niñas  de pies pequeños, a formato de un minúsculo zapatito de cristal.

Hay mucha tela para cortar  en relación a esta historia, pero creo que la mejor forma de graficar las connotaciones de este aparentemente inocente cuento, es formulando  preguntas mas que brindando respuestas.

En primera medida, me pregunto si podría haber sido hombre el protagonista de esta historia.   Cuando intento contestarlo , me doy cuenta que los  únicos hombres que aparecen en la misma son el Rey, quien manda una solicitada para invitar a  todas las jóvenes “casaderas “ del reino  a que  asistan –con sus mejores prendas- a  una mágica velada en la que  su hijo, el Príncipe (segundo y último hombre de la historia) elegirá-entre ellas- a una dama para casarse.

El resto, son mujeres.

 Así, en primer lugar se encuentran las malas de la historia, que están configuradas de forma muy caricaturesca, por la madrastra, que como es madrastra y no mamá, es muy muy  mala y las hermanastras  que, o  son malas  y por eso muy feas, o son  feas  y  por eso muy malas. (Todavía no me queda claro cual es la causa y cual la consecuencia) . Luego  se encuentra a  la protagonista: la cenicienta. Aquella bella joven sometida a los constantes maltratos de las otras mujeres que la obligan a limpiar,  fregar y cocinar. Y por último, el Hada Madrina salvadora, una mujer mágica que  ayuda a la Cenicienta a tunearse con galardonados vestidos y zapatitos de cristal, estrictamente necesarios para lograr su objetivo de  conquistar al príncipe en la imponente fiesta.
En esta instancia sirve destacar que el deseo es concedido solo por un ratito:  a la medianoche su impecable ropa se convertiría en harapos y su carruaje en calabaza. No vaya a ser cosa que aquella pobre chica se atreva a  pensar  que una simple hada va a concederle felicidad eterna.

En segundo término, cabe preguntarse si este cuento podría haber tenido otro final que fuera igual de “feliz” al ya establecido. Sinceramente, creo que no. El único desenlace posible en la estructura de este relato, es el que fue: Un poderoso hombre, príncipe, que se enamora de una linda pero haraposa y maltratada chica sin padre, una noche en la que- mágicamente -parece una princesa  y justamente  por ese amor, la arrebata de la tortura en la que vive, para llevarla -entre sus fuertes brazos- a un mundo ideal.

En resumidas cuentas, no hace otra cosa que salvarla.
  
De esta forma me sigo preguntando. ¿La cenicienta no habrá tenido que limpiar más desde que se casó con el príncipe?  ¿Que habrá hecho en sus ratos libres? ¿Habrá tenido hijos? ¿Habrá sido una buena madre? ¿Tendría “muchachas que la ayudaran” con la limpieza?  ¿Las habrá remunerado y tratado bien? Y el príncipe. ¿Habrá sido buen compañero? ¿La habrá maltratado o pegado alguna vez?  De esta forma, podría  seguir con innumerables cuestionamientos análogos, pero creo que los planteados son suficientes para lo que quiero significar.

Por último, y cambiando bastante el tono de mis palabras, creo que es cuestionable al menos el  porqué , la mayoría indiscutida (por no decir casi la totalidad) de las lectoras de este cuento fuimos,  somos  y seremos mujeres, y - por una cuestión de la edad a la que el mismo va dirigido- porqué los adultos lo hemos elegido, también en nuestra gran mayoría y durante tanto tiempo ,como un cuento clásico y de lectura indispensable para las niñas, mientras destinamos  a los varones los de dragones, héroes y monstruos. ¿Será porque nosotras debíamos dormirnos soñando  como sería nuestro futuro, hasta que un poderoso hombre nos rescatara? Siempre, claro,  con la posible pesadilla basada en el temor a que eso no nos ocurriera.